Se dice que existe un momento en el
que, respondiendo a un estímulo, el hipotálamo libera tal cantidad
de hormonas que todo tu cuerpo sucumbe ante el sentimiento y se
esclaviza bajo su yugo. Este instante no suele alargarse mucho en el
tiempo, pero su intensidad es tal que la huella emocional perdura. A
esta ocasión es a lo que yo denomino “cuando el corazón y el
alma chillan”.
Hoy he sido víctima de uno de estos
momentos. Navegaba yo inocentemente en un océano de pestañas,
absorto entre noticias, páginas sobre literatura, bitácoras de
música, redes sociales y demás parrilla habitual cuando de repente
y por un descuido apareció en primera plana de mi pantalla su
imagen. Creía haber suprimido todo lo relacionado con ella (en la
medida de lo posible) en cuanto a la red, pero había pasado por alto
ese pequeño detalle.
La fotografía era hermosa, como solía
serlo. En ella aparece tumbada boca arriba sobre una mesa cubierta de
pieles... o eso creo, ya que aparté la mirada tan rápido como pude
reaccionar.
Fue entonces cuando se desencadenó el
apocalipsis en mi cerebro:
Las pupilas se dilataron cuadruplicando
su tamaño habitual, de la boca huyó todo atisbo de humedad
dejándome la lengua como un inerte colchón sobre el que depositar
las mentiras que deseo contarme a mi mismo y que no fui capaz de
articular. De mi nuca surgió una oleada de pequeños pinchazos que
se extendieron, cálidos e imparables, a cada rincón de mi
existencia. El cóctel de nostalgia, desdicha, miedo y desazón
originado en mi nuca me paralizó. Se apoderó de mi hasta un nivel
básico, cada latido de mi corazón bombeaba esa sustancia densa que
se estancaba en las venas y arterias provocándome un insufrible
dolor. Los músculos se tornaron roca, rígidos, yertos. Lo único
que parecía seguir funcionando era el cerebro.
Mi hasta entonces aliado órgano
pareció ser consciente de la situación, y decidió dar paso a una
avalancha de pensamientos relacionados con ella, imágenes en forma
de recuerdos y anhelos.
Yo, indefenso ante mi propia psique y
traicionado por mi cuerpo, solo alcancé a contemplar en el reflejo
de la pantalla como perdía el control de mi mismo.
Sentí la calidez del surco que
dejaban a su paso las lágrimas sobre mis mejillas que llegaron a dar
con los temblorosos labios que aleteaban sobre la boca. Su sabor era
el sabor de los sueños rotos, de la amarga hiel de quien tiene una meta y no puede alcanzarla, el gusto de la tragedia y el aroma de
los juguetes rotos.
No se cuanto tiempo pasé así.
Posiblemente en escala real no alcanzaría unos pocos segundos pero
en mi espíritu, esos breves momentos se tradujeron en una agria
eternidad.
Cuando recuperé el control estaba
exhausto. Cerré los ojos y presté atención. Bajo la capa de
murmullos biológicos, el agudo chirrido del sistema nervioso y el
pesado retumbar del respiratorio, se escondía algo más. Algo
plagado de pesar y manchado de dolor e impotencia... El sonido del
corazón y el alma chillando.
Thor Vargen, the
sadness of your maker hand.
2 comentarios:
Vaya, tronco, te entiendo perfectamente.
Vaya jugarretas que nos juegan el coco y el corazón cuando no nos lo esperamos... :(
A ver si hablamos, tronco, que hace mil años que no lo hacemos, juer!!!
No gastas skype y esas cosas? a ver si quedamos a posta y hablamos, coño!
Con tranquilidad y calma todo se resuelve. Como bien sabes, yo acabo de terminar de reponerme de lo mío... lleva su tiempo, pero las cosas acaban sanando del todo.
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