viernes, diciembre 23, 2011

Cuando el corazón y el alma chillan.


     Se dice que existe un momento en el que, respondiendo a un estímulo, el hipotálamo libera tal cantidad de hormonas que todo tu cuerpo sucumbe ante el sentimiento y se esclaviza bajo su yugo. Este instante no suele alargarse mucho en el tiempo, pero su intensidad es tal que la huella emocional perdura. A esta ocasión es a lo que yo denomino “cuando el corazón y el alma chillan”.

      Hoy he sido víctima de uno de estos momentos. Navegaba yo inocentemente en un océano de pestañas, absorto entre noticias, páginas sobre literatura, bitácoras de música, redes sociales y demás parrilla habitual cuando de repente y por un descuido apareció en primera plana de mi pantalla su imagen. Creía haber suprimido todo lo relacionado con ella (en la medida de lo posible) en cuanto a la red, pero había pasado por alto ese pequeño detalle.

      La fotografía era hermosa, como solía serlo. En ella aparece tumbada boca arriba sobre una mesa cubierta de pieles... o eso creo, ya que aparté la mirada tan rápido como pude reaccionar.

     Fue entonces cuando se desencadenó el apocalipsis en mi cerebro:
Las pupilas se dilataron cuadruplicando su tamaño habitual, de la boca huyó todo atisbo de humedad dejándome la lengua como un inerte colchón sobre el que depositar las mentiras que deseo contarme a mi mismo y que no fui capaz de articular. De mi nuca surgió una oleada de pequeños pinchazos que se extendieron, cálidos e imparables, a cada rincón de mi existencia. El cóctel de nostalgia, desdicha, miedo y desazón originado en mi nuca me paralizó. Se apoderó de mi hasta un nivel básico, cada latido de mi corazón bombeaba esa sustancia densa que se estancaba en las venas y arterias provocándome un insufrible dolor. Los músculos se tornaron roca, rígidos, yertos. Lo único que parecía seguir funcionando era el cerebro.

      Mi hasta entonces aliado órgano pareció ser consciente de la situación, y decidió dar paso a una avalancha de pensamientos relacionados con ella, imágenes en forma de recuerdos y anhelos.
Yo, indefenso ante mi propia psique y traicionado por mi cuerpo, solo alcancé a contemplar en el reflejo de la pantalla como perdía el control de mi mismo.

      Sentí la calidez del surco que dejaban a su paso las lágrimas sobre mis mejillas que llegaron a dar con los temblorosos labios que aleteaban sobre la boca. Su sabor era el sabor de los sueños rotos, de la amarga hiel de quien tiene una meta y no puede alcanzarla, el gusto de la tragedia y el aroma de los juguetes rotos.

      No se cuanto tiempo pasé así. Posiblemente en escala real no alcanzaría unos pocos segundos pero en mi espíritu, esos breves momentos se tradujeron en una agria eternidad.

      Cuando recuperé el control estaba exhausto. Cerré los ojos y presté atención. Bajo la capa de murmullos biológicos, el agudo chirrido del sistema nervioso y el pesado retumbar del respiratorio, se escondía algo más. Algo plagado de pesar y manchado de dolor e impotencia... El sonido del corazón y el alma chillando.

Thor Vargen, the sadness of your maker hand.

2 comentarios:

MakurA dijo...

Vaya, tronco, te entiendo perfectamente.

Vaya jugarretas que nos juegan el coco y el corazón cuando no nos lo esperamos... :(

A ver si hablamos, tronco, que hace mil años que no lo hacemos, juer!!!

No gastas skype y esas cosas? a ver si quedamos a posta y hablamos, coño!

Malkav dijo...

Con tranquilidad y calma todo se resuelve. Como bien sabes, yo acabo de terminar de reponerme de lo mío... lleva su tiempo, pero las cosas acaban sanando del todo.

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